En un abrir y cerrar de puerta: volví para mi.

Parezco invencible,¿lo ves? Desde que te fuiste, una torre alta, con los pilares más fuertes que hayas visto jamás. ¿Quién lo diría, eh? Que aquella niña que moría por cinco minutos más en tu pecho, hoy no quiera verte.
Yo misma me asusto al ver que no te necesito. Pero ¿qué esperabas? si nunca estabas en las malas, y las buenas eran para ti, sin ti. Todo eran castillos en el aire que la desconfianza fue disolviendo. Todo desapareció en un abrir y cerrar de puertas, mientras me gritabas que no querías volver a verme, que para ti nunca había sido más que el comodín de una pregunta que no quisiste responder.
El salvavidas que no colgaste en tu pared, cómo si nunca lo hubieses necesitado para salir ileso de un mar que te ahogaba el pecho, de noches inundando una almohada que no te iba a abrazar. 
Pero no te preocupes, por mi, ya puedes volar. ¡Qué tonta! Siempre lo has hecho. Ahora más alto, no vuelvas la mirada, ya sabes que era mi cuerda. Esa que se rompió, o que nunca supe atar a ti por si caías. Pero tu nunca caes, y si alguna vez vuelas bajo es para encontrar el calor de un amor efímero, de esos que te dan una vida, que no quieres compartir. 
De lo de dentro, te llevaste todo. Me quedan las ganas en los tobillos de seguir caminando, de dibujar, de cantar, de escribir, de seguir capturando cada instante de felicidad en fotografías. Me dejaste los pilares de mi vida, que siguen de pie, a mi lado, como permanecen los de verdad.
Poco a poco, me reconstruyo, he comenzado a quererme, ¿sabes? (qué poco te han importado siempre mis demonios...). A día de hoy, me abrazo, y me abrazan, me amo, e incluso he permitido que me amasen. Sigo ilusionándome, para cuando llegue el día en que tenga que pintar en mi pared otras manos. Y no castillos que se derrumben, que yo no quiero corazones de piedra, quiero caricias que me hagan tocar la luna.