intocables.

La veia reír todas las mañanas,

a carcajadas, os lo juro.
Un huracán,
una explosión,
de sentimientos
con el que me faltaba la respiración.

La veía fingir que no me quería,
y nadie en el mundo lo había hecho nunca como ella.
Me había hecho creer,
sabiendo que me amaba,
que no quería saber nada de mi.
Y me obligaba a luchar para no dejarla marchar.
Me llevaba al precipicio y si ella estaba conmigo
el miedo nunca podría robarme lo de sentirme tan vivo.
Me confió sus letras,
sus plumas en mi cuello,
su voz en la garganta gritándome 'quédate' con la mirada,
donde hay un lago en el que no sabría hacia donde nadar
porque me quedaría toda una vida flotando en sus pupilas
encharcadas de lágrimas  cuando sonríe.
Amaba toda esa intensidad de sus palabras
amaba esa tristeza que la hacía tan real.
Era todo lo bueno y todo lo malo que te puedas imaginar
una lección de vida,
varias vidas sin ser gato.
Una llama a punto de apagarse
que al rato vuelve con más fuerza al soplarle,
todos sus sueños al oído,
y mi deseo de que sea la culpable
de ese fuego que nos mantiene vivos,
tristes, intensos
juntos,
intocables.

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